domingo, febrero 10

Custodes 07 Una luz al final del camino

Los nombres quedaron resonando en mi cabeza, durante varios días; el y yo éramos guardianes, como las palabras lo indicaban, pero el objeto que protegíamos era diferente. A pesar que el duro y extenuante entrenamiento, mantenía mi mente ocupada – la mayor parte del tiempo – por ocasiones divagaba sobre la historia detrás de los títulos que ambos recibíamos.

Una mañana, muy temprano como de costumbre, mientras me concentraba durante una practica de red, el golpe de un pedazo de madera me advirtió de manera tardía que estaba por completo distraído. Creo que debo explicar algunos de los ejercicios que realizábamos; muchos se centraban en desarrollar un sentido en especial, aislando los otros; también los había de combate cuerpo a cuerpo, pero a pesar que, estos últimos, me sirvieron y desarrollaron mucho, aprecié más los primeros.

La práctica de red, consiste en desarrollar mi oído, en una habitación enorme, como la cúpula de una iglesia, aislado de todo sonido exterior. Uno se mantiene de pie, en medio de círculos concéntricos, con los ojos vendados, y debe lanzar dagas a los objetos que son lanzados desde diferentes puntos, poco a poco, cada vez mas cerca, evitando que entren en los círculos más internos. El maestro los lanzaba desde diferentes puntos, usando su gran agilidad, y arrojándolos a gran velocidad. Cada vez, la prueba se complicaba, pues él ingresaba a un círculo menor con cada fallo.

Si dejas que una idea te distraiga en el momento del combate, nunca sobrevivirás en el exterior. Todas mis voces interiores fueron mera distracción desde un comienzo, pero si tienen respuesta. Aun hoy, al pasar de los años me pregunto si son verdad las leyendas que cuentan; que un custodes puede leer la mente de su oponente, si este no esta concentrado, y con la mente en blanco.

- A partir de hoy tu entrenamiento tendrá otro enfoque, debes ir a la biblioteca, desciende hasta los últimos niveles, encontraras libros en lenguajes extraños. Ellos te enseñaran las lenguas muertas que necesitaras para desentrañar la historia detrás del mito.

Un día, habiendo leído, pero más que nada comprendido muchos libros que ahí se guardaban – es extraño pensar que este ejercicio fue igual e incluso más agotador – descubrí casi sin querer un largo pasaje que había en el sótano. El tiempo, los muchos meses que pase cerca de tantos libros, me permitió adaptar mis ojos a la poca luz. La penumbra era cada vez más densa, como si de alguna forma rechazara mi presencia; ingrese a un vasto espacio – mis sentidos me lo advertían – y unos pasos más allá, la luz se hizo en todo el lugar.

Durante mucho tiempo no pude explicar de donde provenía la luz, era como si el lugar fuera al aire libre. Había grandes paneles de vidrio, un material translucido para ser exactos, con símbolos grabados en colores diferentes, los paneles formaban un laberinto concéntrico que se perdía más allá de la vista. Comencé a pasearme entre los paneles, los símbolos brillaban ligeramente al acercar mi mano. Parecian libros, pero la tecnología parecía de miles de años en el futuro, quien era el artífice, no lo sabía.


Un símbolo, llamo mi atención, parecía cuneiforme, pero había otras cosas, diferentes, pictogramas, jeroglíficos, cosas nunca vistas. Al acercar mis ojos fue como si los símbolos se multiplicaran, una ligera luz escaneó mis ojos sin siquiera notarlo. Eran las líneas de un texto las que se desarrollaban en el panel, mientras yo leía la historia.

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